
South American Research Journal, 5(1), 53-69
https://www.sa-rj.net/index.php/sarj/article/view/71
https://doi.org/10.5281/zenodo.17253576 56
permiten actuar para responder a sus circunstan-
cias” (Crespo Romero, 2019, p. 6).
Por lo expuesto, se toma el concepto de “resis-
tencia cotidiana”, acuñado por Scott (2000), que se
refiere a “aquellas prácticas a través de las cuales
los subordinados aprovecharían los intersticios que
deja el sistema para aliviar su opresión” (Carrera,
2020, p. 174) y que lleva a plantear que, determi-
nados comportamientos de los y las adolescentes, a
partir de desacuerdos o cuestionamientos simbóli-
cos, constituyen formas de resistencia juvenil
frente a la normalización de la violencia sexual.
Ahora bien, pese a estos potenciales actos de mi-
cro-resistencias, cabe preguntarse si éstos pueden
considerarse una resistencia real al poder o si los y
las protagonistas de los mismos son plenamente
conscientes o no, en el sentido de la toma de con-
ciencia crítica freiriana, de que llevan a cabo actos
de resistencia (Carrera, 2020). También cabe pre-
guntarse, en esta etapa etaria de la adolescencia, en
el contexto de la sociedad de las TICs y de las redes
sociales, si la presencia de determinadas prácticas
de riesgo, tales como el proporcionar información
personal que viola la privacidad y seguridad, el sex-
ting o grooming, la normalización del dolor en ca-
lidad de placer, el difundir mensajes ofensivos, el
llamar alguien para acosar, entre otras, pueden es-
tas ser resignificadas como pruebas de deseo se-
xual. La sexualidad, como señala Roldán (2022), es
dinámica, pues no deseamos lo mismo a lo largo de
la vida y ello se encuentra ordenado por relaciones
sociales de género.
En consecuencia, con lo argumentado, no es lo
mismo habitar el cuerpo de un hombre que el de
una mujer u otras identidades de género. En la ado-
lescencia, por tanto, resulta clave “el aprendizaje de
sus iguales y la búsqueda de referentes externos”
(Roldán, 2022 p.79), donde el “internet es para la
adolescencia lo que los cuentos para la infancia: se
aprenden modelos desde la fantasía, se repiten para
fijar, y se llevan a la práctica” (Roldán, 2022, p.
83). En este sentido, para la adolescencia el porno
y ciertas redes sociales, con su porno-lenguaje, re-
producen una estructura social rígida, universal, re-
petida hasta la saciedad, cargada de estereotipos de
género, que provoca una desconexión con el deseo
propio y que bloquea la exploración y el descubri-
miento. De este modo, se termina por normalizar
la violencia que supone esa exhibición obscena y
jerarquizada de los cuerpos, donde se va integrando
que el cuerpo de las mujeres tiene un precio que
diluye su valor. (Roldán, 2022, p. 84). Al respecto,
un estudio de Childfund (2025) en Ecuador muestra
datos muy preocupantes en la temática: 3 de cada
10 NNA han sufrido intimidación o agresión a tra-
vés de medios en línea, el 52% de casos violencia
sexual digital, registrados por la Fiscalía, tiene re-
lación con el grooming (acoso y abuso sexual on-
line). También se identificaron 22 formas de vio-
lencia digital, como la suplantación de identidad,
delitos de trata y de producción material con abuso
sexual infantil.
La erotización del dolor, la dominación/sumi-
sión y la falta de consentimiento (de Miguel, 2021)
o consentimiento viciado, son especialmente im-
portantes en esa etapa vital de la adolescencia,
donde la exploración de las identidades se encuen-
tra en tensión con las exigencias normativas de gé-
nero y la necesidad de reconocimiento entre pares.
En el presente artículo, se expone la relación
entre el consumo de la nueva pornografía y la vio-
lencia sexual contra las mujeres, con especial aten-
ción a su influencia en la reproducción de la vio-
lencia de género contra las mujeres en seis institu-
ciones educativas públicas, tanto rurales como ur-
banas, del cantón Cuenca (Ecuador). En cuanto a
los objetivos, se plantea identificar los patrones de
consumo de pornografía y su relación con paráme-
tros de violencia de género contra las mujeres en
las instituciones educativas seleccionadas. Se
busca analizar los contenidos de la pornografía y
las prácticas de violencia previamente identificadas
en diálogo con determinadas producciones teóricas
del feminismo-interseccional. Finalmente, se bus-
cará explicar los resultados obtenidos, desde los al-
cances y limitaciones del proceso investigativo y
analítico realizado. Cabe resaltar que, el consumo
de pornografía y su relación con la violencia de gé-
nero contra las mujeres, ha sido objeto de diversas
investigaciones, sin embargo, pocos estudios abor-
dan este fenómeno desde un enfoque de género y/o
feminista-interseccional, el cual contemple las
múltiples capas de poder, cultura y violencia que
atraviesan las experiencias de las personas.
El concepto “interseccionalidad”, entendido
como “imbricación de opresiones que se afectan
mutuamente” (Viveros, 2023, p. 31) y, que hemos
utilizado en este estudio, parte de la teoría desarro-
llada por Kimberlé Crenshaw en 1989, que sostiene
que las opresiones no son experimentadas de ma-
nera aislada, sino que se entrelazan y se amplifican
a través de diversas identidades y contextos socia-
les. En lugar de analizar el género en términos