South American Research Journal, 4(1), 5-12.
https://www.sa-rj.net/index.php/sarj/article/view/51
ISSN 2806-5638
que creía que no podríamos obtener una verdad sino
deshaciéndonos del cuerpo, al que calificaba como la prisión
del alma. Esto se debía a que concebía el cuerpo como
culpable de las pasiones, lo cual atraía guerras, enfermedades
y descomposición. Este pensamiento fue seminal para la
cosmovisión cristiana que dividía entre el paraíso de Dios y
sus arcángeles, y la tierra con sus hombres y mujeres
pecaminosos.
Con el tiempo, la idea de Platón sobre el cuerpo como
cárcel del alma fue recogida por un importante pensador
cristiano, Plotino, quien al ver en el alma una sustancia etérea,
argumentaba que debía estar separada del cuerpo o, mejor
aún, servirse de este. De tal planteamiento vino la necesidad
del castigo autoinfligido para alcanzar la liberación del
mundo terrenal. La tortura y la mortificación se convirtieron
en una tradición cristiana que ha tendido, desde entonces, a
frenar los deseos impuros, a contemplar con repudio la
masturbación y el sexo en general, catalogándolo como el
cuerpo y, más aún, “un atributo del cuerpo es también un
sentido del alma” (Gómez y Sastre, 2008, p. 126).
Pero es el alemán Friedrich Nietzsche quien señala al
cristianismo y a sus valores a través de una denuncia
furibunda contra Platón y su sistema de pensamiento, que
tanta influencia ha tenido en Occidente. Nietzsche no
desvaloriza su aporte, sino que indaga las consecuencias que
ha tenido para la humanidad. Después, el filósofo alemán
escribirá: “Escribe con sangre y escribirás con el espíritu”
(Nietzsche, 2010). Una forma de decir que no solo el cuerpo
pertenece al ser humano, sino que, además, el alma es su
efluvio.
Más adelante, la fenomenología y el existencialismo
asumen en conjunto la temática de la existencia, cuyos
conceptos: el cuerpo, la corporalidad, la libertad, se
sobreponen
a versiones meramente trascendentales y
ontológicas. En resumen, la vida se experimenta a través del
cuerpo y de todos sus sentidos. Al respecto, Gómez y Sastre
(2008) sintetizan los presupuestos que pensadores como
Merleau-Ponty, Emmanuel Mounier y Michel Foucault. Se
concibe el cuerpo como un límite, convirtiéndose en un medio
de acercamiento a la fragilidad, y un medio para una nueva
comprensión de la concepción del mundo. Se articula el
cuerpo en torno al tiempo y al espacio, pero a la vez el ser
corpóreo puede trascenderlos por medio de su
“
pecado original”, lo que en consecuencia hace que todo
cuerpo sea impuro.
El cuerpo, además de ser cárcel “atrapante”, consistía
también en ser una especie de “animal” que, con sus propios
bríos y tendencias instintivas, hacía la guerra a los ideales y
valores del alma, dificultando así su proceso dialéctico de
liberación hacia la verdad y el bien. Por su origen material, el
cuerpo era considerado constitutivamente malo y adverso al
origen sano y espiritual del alma, que procedía del mundo de
las ideas (Astacio, 2001, p. 1).
La implantación de la cosmovisión cristiana con sus
rígidas jerarquías patriarcales relega a la mujer a las tareas
domésticas: cocinar y cuidar a los hijos, además de frenar la
libido humana. No solo el cuerpo, sino el sexo encarnado en
la mujer, a causa de la heterosexualidad implacablemente
impuesta por la convencional unidad familiar cristiana,
acaban siendo rechazados con profundo desprecio por la masa
evangelizada. Todo deseo que no radique en encontrar la
comunión con Dios se ha convertido, irremediablemente, en
un deseo vergonzoso.
Sin embargo, el Renacimiento trastoca el teocentrismo
en antropocentrismo, tiempo en el que el hombre se coloca en
el centro de la creación y reivindica su cuerpo y lo corpóreo,
manifestándose sobre todo en el arte: pintura, escultura,
música y literatura. De hecho, la naciente anatomía, que fisura
los cuerpos para mostrarle al ser humano que posee un
componente inalienable llamado cuerpo, a la vez lo lanza a
moldear lo que antes solo era el feudo privado de Dios: la
naturaleza. El único problema es que la idea de individuación
progresa lentamente porque primero pasa por las capas
privilegiadas de la sociedad, sin olvidar que antes de
objetivarse en el imaginario social debe ser una práctica
universal (Gómez y Sastre, 2008, p. 125).
Cuando aparece el racionalismo cartesiano de la mano
de René Descartes y su ensayo “El discurso del método”, el
cuerpo se separa de la conciencia, la razón del mundo
material. Descartes divorcia ambas entidades, creyendo que,
aunque son sustancias diferentes, pueden interactuar entre sí.
Pero los filósofos empiristas ingleses, en oposición a la visión
cartesiana para la que el cuerpo es una entidad que piensa,
afirman que el cuerpo es una entidad que siente y que de ese
proceso es posible el conocimiento. Sin embargo, es Baruch
de Spinoza quien propone “una sola sustancia para todos los
atributos”, llevando a cabo una operación intelectiva mucho
autocomprensión
y comprensión del entorno. Queda,
entonces, anquilosada la idea de que el cuerpo es un
instrumento; para ser tal, este debe estar fuera de nuestro
alcance, lo que no sucede con el cuerpo, ya que gracias a este
se alcanza el conocimiento del mundo. Más bien, se evoca al
cuerpo como lenguaje, ya que por medio de la palabra
realizamos una “co-construcción” del mundo; se configura la
idea del cuerpo como presencia, por su relación con los
“otros”, porque la individualidad varía entre hombres y
mujeres a causa de su corporeidad, pero no por ello dejan de
pertenecer al género humano (Gómez y Sastre, 2008, pp. 127-
128).
Finalmente, Jean-Luc Nancy (1940) y su filosofía sobre
el cuerpo sostienen que carecemos de cuerpo, pues el ser
humano es exterioridad y exposición infinita, “como cuerpo
volcado hacia fuera”. La reflexión va más allá de la biología,
implica dejar de pensar el cuerpo como algo organizado para
imaginarlo como acontecimiento, concepción que se
relaciona con la visión de las escritoras ecuatorianas
contemporáneas, quienes buscan escribir sobre el cuerpo a
través de la palabra: volver el cuerpo una idea; volver
territorio individual la corporalidad para comprender lo otro,
lo distinto, aquello que hasta ahora ha sido incomprendido.
“Escribir el cuerpo significa hacer inscripciones sobre él,
tocarlo y esculpirlo con el pensamiento, desarrollar una
somatografía, para hacer que el cuerpo mismo sea leído”
(Gómez y Sastre, 2008, p. 129).
Por supuesto, todas las interpretaciones que nos han
convidado los pensadores occidentales presentan, en común,
una interrogante que gira en torno al rol que tiene el cuerpo
en la existencia del ser humano, e incluso si se atiene al hecho
de que si, acaso, el cuerpo es un elemento indispensable para
comprender la naturaleza humana. «El cuerpo es a la vez
objeto de saber y blanco de poder» (Prósperi, 2018, p. 171).
Desde esta concepción, el ser humano va (de)formando el
mundo.
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