South American Research Journal, 2(2), 19-23
https://www.sa-rj.net/index.php/sarj/article/view/25
ISSN 2806-5638
condicionada por presiones de carácter económico, las cuales,
como en el caso del monopolio inmoral de la familia Shapolsky,
son muy cuestionables desde el punto de vista legal. Así, el
carácter corrosivo de la propuesta de Haacke destaca, por un
lado, al poner al descubierto las raíces sobre las cuales se
construye el discurso del arte y su institucionalidad, mientras
que, por otro, su mensaje disruptivo no se ejecuta desde la
clandestinidad o el anonimato, sino desde el corazón mismo de
la oficialidad, sustentada en información plenamente
verificable y sin participación expresa del juicio de valor del
artista o el curador de la muestra. Haacke trabaja como
relaciones de producción, sino dentro de ellas. Este giro, en
apariencia irrelevante, condensa el profundo convencimiento
político del autor, que no se conforma con un posicionamiento
determinado, sino que apunta a servir de herramienta de
intervención real en los problemas. En estos términos, a partir
de la distinción que Lucy Lippard (2006) realiza al respecto del
arte ‘político’ y ‘activista’, la obra de Haacke estaría más
cercana al activismo, en el sentido de que no sólo implica un
compromiso ideológico expreso (político), sino que postula el
emprendimiento de una acción de cambio, un compromiso
activo.
profesional abnegado, con minuciosidad
sorprendentes. Sus implosiones son absolutamente controladas
y dirigidas.
y
purismo
Y ese ‘compromiso activo’ de Haacke se concentra, como
nos plantea Santamaría (2014), en la desactivación de los
discursos cerrados de las instituciones, en su pretensión de
legitimarse al margen de toda determinación externa o
‘mundana’. Sin embargo, en tanto que sistema complejo e
interdependiente, Haacke muestra que el sistema-arte se
construye y financia en función de su relación con otros
circuitos, sociales, políticos y económicos. De ahí que, su
mirada crítica hacia la institucionalidad artística cuestione
aquella ‘política interna’ muy cercana al formalismo defendido
por Clement Greenberg, según la cual la obra de arte debe
contener todas las claves necesarias para su comprensión y,
consecuentemente, funcionar como ente autónomo sin relación
alguna con su contexto. Pero en Haacke funcionan, ante todo,
las lecturas contextuales, interrelacionadas y complejas,
muchas de ellas tensas, polémicas e incómodas, por lo que las
imágenes, documentos, registros, estadísticas, mantienen una
relación conflictiva con el entorno y con el pasado.
Como venimos intuyendo, en Haacke no sólo importa lo
que se dice, sino la manera como se lo enuncia. Es así que se
explica la adopción de un enfoque despersonalizado,
descriptivo al extremo y despojado de cualquier tipo de juicio
de valor o carga subjetiva. Ello se complementa con el manejo
de ‘lo político’ que postula Haacke, pues como lo ha señalado
expresamente es necesario mirar la política no como la práctica
que nos permite llegar a consensos, sino sobre todo como la
posibilidad de establecer disensos. Por esta razón, Haacke está
convencido que el artista (¿conceptual, político
y
comprometido?) no debe someterse las líneas de
a
argumentación creadas e impuestas por el propio desarrollo del
mercado artístico, esto es, ceñirse a la creación-producción de
objetos con carga simbólica exclusivamente dirigidos a la
contemplación estética.
En el fondo, se trata de una cuestión que Adorno (2004)
planteó al considerar que, si bien existe una apreciación
estrictamente estética del arte, no es posible defender una
lectura estéticamente correcta del mismo. Por ello, al desvirtuar
aquella lectura exclusivamente estética postulada por
Greenberg, el propósito de Haacke es develar ese ‘aquello’ que
no es estrictamente arte, pero que lo determina, lo moldea y lo
sostiene. Haacke atenta contra las correcciones ‘estéticas’ y
puramente formales del arte, un solipsismo aburrido y estéril
que continúa hablando en códigos de ‘aura’, ‘durabilidad’,
‘permanencia’, ‘pureza’, ‘exploración formal’. Concebida
como estocada final hacia un modernismo hipócrita, su obra
intenta fracturar desde adentro –esto es, desde el corazón de la
institucionalidad artística– el sistema del arte como experiencia
estética, imponiendo una doble apertura: por una parte, el
desnudo áspero y crudo del entramado mercantil que produce,
intercambia y financia esa idea de ‘sistema-arte’, lo que hoy
conocemos como burbuja artística y que ha generado una
cantidad inimaginable de réditos económicos en materia de
especulación financiera; y, por otro, por medio del
cuestionamiento y apertura de la práctica artística, que en
muchas de sus propuestas significa el empleo de lenguajes y
herramientas totalmente ajenos a las artes plásticas, la
Es evidente que en el mundillo del arte se interesan muy
particularmente por las cualidades específicamente
visuales de mi trabajo: se preguntan cómo ellas se
inscriben en la historia del arte y si desarrollo formas
nuevas, procedimientos nuevos. (…) De modo que las
gentes que son capaces de identificar las alusiones
políticas, los simpatizantes de mi mundillo, gustan de
encontrar las referencias a la historia del arte, inaccesibles
a los profanos. Creo que una de las razones por las que mi
trabajo es reconocido por un público tan diverso es que ya
dos fracciones que yo distingo tan groseramente –
evidentemente, la cosa es más compleja–, tienen, pese a
todo, la certeza de que las “formas” expresan “un
mensaje”; y que el “mensaje” no se transmitiría sino a
través de una “forma” adecuada. La integración de ambos
elementos es lo que cuenta. (Bourdieu, 2002, pp. 7-8)
Para Arthur Danto (1987), la obra de Haacke carece del
potencial para producir el placer esperado por el esteta; antes
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bien, siguiendo la proclama lanzada por Walter Benjamin , la
propuesta estética (y política) de Haacke plantea que el artista
debe preguntarse por el lugar que ocupa la obra no frente a las
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proceso de producción, hecho que exigía su intervención como trabajador
revolucionario. Así, en lugar de producir un arte que represente el modo de vida
de los trabajadores, Benjamin piensa en la desactivación de viejas fórmulas
burguesas, por medio del desarrollo de un arte centrado en la persuasión para
actuar, por medio del cual el artista convierta a los lectores o espectadores en
colaboradores.
Se refiere al llamado que el autor alemán hizo en su texto “El autor como
productor” (1934). En este breve escrito, influenciado por el teatro de Brecht y
los experimentos fotográficos de Sergei Tretyakov, Benjamin llama al artista
de izquierdas a encontrar su lugar junto al proletariado, pero no mediante la
producción de un arte ‘condescendiente’ con sus problemas o realidades, sino
por medio de la definición de la posición del intelectual (artista) en el seno del
https://doi.org/10.5281/zenodo.7523039
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